A diferencia de la mayoría de las historias,
la leyenda de “El Familiar” surge en la época moderna y de la mano del progreso
industrial. Nace y se desarrolla en el noroeste argentino junto con la
proliferación de la industria azucarera y la instalación de varios ingenios a
finales del siglo XIX y principios del pasado, donde se empleaban a miles de
obreros a sueldos de hambre y condiciones de trabajo inhumanas.
El Familiar era el perro del diablo. O tal vez
el Diablo mismo. Negro como la muerte y feroz como todo el mal del mundo. Sus
ojos desprendían llamaradas de fuego y sus garras tenían la fuerza de mil
hombres. Poseía un hambre que sólo se saciaba con la entrega de un peón al año.
Por lo que el patrón del ingenio o el capataz, que había hecho un trato con el
Diablo a cambio de la prosperidad del negocio, debía entregarle un obrero para
que el Familiar se lo coma. En estas ocasiones solía tomar la forma de una gran
serpiente que era llamada “El Viborón” y se tragaba al infortunado en los
mismos sótanos del ingenio o en alguno de sus cuartos, donde vivía el Familiar.
También podía adoptar la forma de un toro negro, o de un burro, o de un puma,
aunque su representación más popular era la del perro.
A veces, el patrón mandaba a un obrero a
buscar herramientas o cualquier cosa a estas habitaciones donde lo estaba
esperando el perro del Demonio y nunca más volvía a salir.
Solía suceder en los ingenios que durante el
trabajo, algún que otro trabajador encontrase la muerte. O bien cayendo a la
caldera, o en la cinta trituradora del trapiche. No era algo extraño. Si esto
ocurría se decía que había sido el Familiar que andaba con hambre. Si algún
trabajador desaparecía, se decía que había sido el Familiar.
Y también podía suceder que el perro se
tragase a algún trabajador en especial, sobre todo aquellos que tenían ideas
políticas distintas de las del jefe. Estos solían ser los más deliciosos para
el perro del Diablo, y además servía como ejemplo para que a ningún otro obrero
se le ocurra tener ideas políticas distintas a las del patrón. Incluso era
mejor que no tuvieran ideas políticas. Y hasta que no tuvieran ideas en
absoluto. No había manera de matar al Familiar. Si uno se lo encontraba al
perro y quería clavarle el facón, encontraba que eso era imposible. En cambio
si llevaba un rosario colgando y una cruz consigo, el perro no lo mataba. Es
probable que igual le ladrara, pero a lo sumo salía un poco lastimado, nada
más.
Texto: Nicolás Soldo

1 comentario:
Desde los textos que leí en la primaria el familiar me cautiva como uno de las mejores leyendas populares. Recuerdo que había "familiares menores" que hasta podían ser "domesticados" y no hacían daño a la familia que lo lograra (siempre era una familia poderosa, claro). Además, incluso algunos cobraban forma humana. Siempre los imaginé como "vampiros criollos", siendo los vampiros y los familiares la manera en la que (creo) que los criollos se relacionaban con las formas y poder de una burguesía que desconocieron hasta entonces. Recuerden que la figura del vampiro moderno nace casi al mismo tiempo que la del burgués...
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